Por Pedro CAYUQUEO
Como con aquellos conquistadores caídos en desgracia en la Colonia , Lavín ha sido finalmente enviado por el monarca a los confines del Reyno. Allí, en La Frontera , en la tumba de los gobernadores Pedro de Valdivia y Martín Oñez de Loyola. Y es que Mideplan, ante todo, implica hacerse cargo de una papa caliente. Me refiero al conflicto “Estado de Chile – Pueblo Mapuche”, también conocido por muchos como “el problema indígena” o simplemente el “conflicto mapuche”, como gusta llamarlo El Mercurio.
Lo intentaron resolver y sin éxito todos los antecesores de Lavin en dicha cartera. Ocho desde que estalló el conflicto con los camiones quemados en Lumaco, un ya lejano mes de octubre de 1997. Germán Quintana, Alejandra Krauss, Cecilia Pérez, Andrés Palma, Yasna Provoste, Clarisa Hardy, Paula Quintana y en el último año, el incombustible Felipe Kast. Todos y cada uno buscaron resolver el entuerto vía paternalismo estatal e indigenismo. “El problema es de pobreza”, se repitieron unos a otros, convencidos que con canastas familiares, sacos de abono, planchas de zinc, alambre para cercos, invernaderos y subsidios por doquier, podrían resolver un conflicto de carácter eminentemente político. Tan político que ha cruzado a todas las administraciones chilenas del último siglo. Desde Balmaceda a Michelle Bachelet. Ni siquiera el “compañero” Allende se salvó.
En concreto, miles de millones de pesos de un crédito del BID para “sacar de la pobreza” a las comunidades y posibilitar su “desarrollo con identidad” en las tierras restituidas por la CONADI. El razonamiento era de sentido común; Nada se sacaba con entregar tierras a las comunidades si esta no iba acompañada de asesoramiento técnico, un proyecto de inversión y lucas para ejecutarlo. Hasta ahí, todo impeke. En cualquier país del primer mundo la idea hubiera funcionado, sospecho. De los noruegos respecto de los Sami, por ejemplo. O de los canadienses respecto de los Cree. Pero mala suerte nuestra, nos colonizaron los chilenos. “Desarrollo con identidad” era el lema del programa. No sucedió ni lo uno ni lo otro. Proyectos chantas e inversiones sin asesoramiento profesional marcaron la tónica.
A poco andar, “Orígenes” se transformó en caja pagadora de favores políticos de la Concertación y todo se fue al carajo. Hasta hoy los peñis bromean en el campo con el publicitado “Programa Aborígenes”. Como aquella comunidad a quien “Orígenes” entregó 20 finas vacas productoras de leche y no contaban siquiera con tierras suficientes para alimentarlas. Al final, era obvio, las terminaron vendiendo casi todas a un fundo vecino. Y las que no pudieron vender, se las comieron. Fue el asado más fino en décadas al sur del Biobio. Puro filete de primer corte. Hasta el “gringo” que compró las vacas se reía del “Orígenes” y la “indiosincracia” del chileno. En fin. The Chilean way.
Hoy, la llegada de Lavin a la Frontera sur del Reyno abre nuevas interrogantes. ¿Reducirá también el conflicto a un mero asunto de “pobreza”? ¿Seguirá siendo Mideplan nuestro bendito Hogar de Cristo? El Plan Araucanía, una versión 2.0 del Programa Orígenes, no pronostica por lo pronto nada bueno. Por un lado se insiste en el enfoque “pobreza” (siguiendo las pautas de Libertad y Desarrollo) y, por otro, en utilizar su abultado presupuesto para mantener tranquilos a un pequeño grupo de “indios amigos”. Poco ayudan por lo demás declaraciones como las del Intendente de La Araucanía , Andrés Molina, quién deslegitimó la reciente demanda estudiantil por una “Universidad Mapuche” ya que no sería “lo que piden los mapuches en las mesas de diálogo”.
¿Y qué piden y necesitan los mapuches según Molina? Lo sabemos desde el anterior gobierno; canastas familiares, sacos de abono, planchas de zinc, alambre para cercos y todo aquello que ya les conté. Puestas así las cosas, puede incluso que lo más rescatable de la política “indígena” del actual gobierno, a mi juicio el abordaje de la realidad mapuche urbana y en la cual se inserta la demanda estudiantil, no pase más allá de una declaración de intenciones. Ojo; nadie niega que los mapuches, los más pobres entre los pobres de Chile, requieran asistencia social y de manera urgente. Pero de allí a reducir la resolución del “conflicto” a puntos más o puntos menos en la CASEN , convengamos hay todo un mundo.
Ministro, si yo fuera usted, me desharía cuanto antes de esta papa caliente. Adiós institucionalidad indígena al alero de Mideplan. ¿Un “Ministerio Indígena”? Tampoco. Que una “Comisión Permanente de Estado”, como sucede en Australia o aconteció en Nueva Zelanda respecto de los maories, asuma el mandato histórico de resolver el entuerto étnico. Hablo por cierto de una comisión de alto nivel, política, resolutiva y de la cual emerja un nuevo Pacto Social entre los Mapuche y el Estado. ¿Será mucho pedir? Ministro, créame, La Moneda , el Parlamento y el Poder Judicial, los sacrosantos tres poderes del Estado, han pasado demasiado tiempo piola. Olímpicamente se han hecho los lesos.
“¿Conflicto en el sur? Ahh no, un tema entre particulares”, “¿Fundos tomados? Dejemos que opere la justicia ordinaria” y así un largo etcétera de desvíos y virajes en U. Basta. Pocas velas tiene usted en este entierro, le aseguro. Hay asuntos mucho más urgentes que demandarán su atención y la del futuro Ministerio de Desarrollo Social. Los habitantes de Dichato, por ejemplo, apaleados esta semana en vivo y en directo por demandar un mínimo de dignidad para ellos y sus familias. ¿Estarán los japoneses apaleando a los suyos en Sendai? Algo me dice que no. En fin. Pastelero a tus pasteles, ministro. Pastelero a tus pasteles.
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