Por Pedro Cayuqueo Director del periódico Azkintuwe
Qué difícil. Si, difícil, leyeron bien. No tanto por uno, sino por todo lo demás. Está por un lado el tema de los estereotipos. Mapuche remite hoy, no pocas veces, a cosas que no necesariamente son “mapuches”. O al menos no exclusivamente mapuches. ¿Enredado? Me explico. La fotografía que coronó mi anterior columna en El Post, por ejemplo. Cualquiera, tan solo con mirarla, la relacionaría con un mapuche de tomo y lomo. ¿Por qué? Porque la imagen es rural, la persona lleva puesto un poncho, carga una ¿lanza? y lo secunda mucha, muchísima gente (y ya sabemos que los mapuches siempre o casi siempre andan en patota, ya saben, esto de lo “comunitario”).
No se necesita haber leído a Susan Sontag para saber que la fotografía, y el arte en general, es un poderoso canal transmisor de estereotipos. Estereotipos que por lo demás resultan casi siempre construcciones ideológicas. Tal vez por ello Sontag los repudiaba y hasta los combatió intelectualmente cuanto pudo. Pero en fin, la pregunta es, ¿por qué desde ElPost se eligió esa imagen y no otra para caracterizar la citada columna? ¿Por qué no la imagen de una persona en la ciudad? Puede que no lo sepan, pero cerca del 80 por ciento de los mapuches vive hoy en zonas urbanas ¿O la de un oficinista? Si, los hay mapuches, tanto en el sistema público como en el mundo privado ¿O la de un gerente de empresa? Créanme que los hay también mapuches y bastante exitosos en sus respectivas áreas ¿O bien la de un joven punkie de Cerro Navia? Conozco varios y créanme que pueden llegar a ser, en la hostilidad del asfalto capitalino, tan mapuches en su identidad como el que más en la zona sur. Y así la lista suma y sigue; Médicos, profesores, aviadores, obreros, campesinos, pescadores, vendedores viajeros, abogados, desempleados, artistas, policías, enfermeras, economistas, ambulantes, educadoras, periodistas y un largo etcétera bien podrían ser la “fotografía” de lo que en verdad somos como pueblo en los tiempos actuales. ¿Se sorprende? Si es así, vaya como receta un libro de Sontag en su velador. Como mínimo, diez páginas cada 12 horas. Sin contraindicaciones ni efectos secundarios.
Concedamos que la imagen rural (o habría que escribir, “ruralizante”) del mapuche ya es todo un lugar común. Lo es en la fotografía, en la publicidad, en los medios de comunicación de masas (también a ratos en los “alternativos”) y, por cierto, en las benditas políticas públicas. Me atrevería a señalar que gran parte del indigenismo de Estado (el anterior y el actual) se asienta sobre estereotipos como este. De allí, también sospecho, su eterno y contundente fracaso, estimado ministro Kast. Incluso a uno le ha tocado, más de alguna vez, batallar en lo cotidiano contra estas imágenes preconcebidas.
- “¿Así que usted es mapuche?... vaya, no lo parece”, me señaló en su oportunidad una refinada señora con quien compartí espera en la sala de embarque de LAN, en Santiago. El comentario lo hizo cuando tras varios minutos de charla, mencioné casi al pasar mi origen étnico.
- “¿Mapuche?... perdone que le insista joven, pero usted no lo parece?”, porfió ella.
- “¿No me dijo que era periodista?”, arremetió intrigada.
- “Y si, ¡lo soy, periodista, mapuche y a mucha honra!... lamento decepcionarla pero me acaban de requisar las plumas y la lanza los amigos del SAG”, me dieron ganas de responder. Obviamente, no lo hice. Solo conté hasta diez y luego hasta veinte y cuando iba por el 45 nos llamaron a embarcar.
Si, es difícil ser mapuche en los tiempos actuales. Y conste, para quienes me acusan en Twitter (@pcayuqueo, paso el dato) de ser un “fanático étnico”, que responsabilidad en esto no solo tienen los del frente. Los discursos, sean políticos o culturalistas, que a ratos escuchamos en nuestra propia vereda no dejan de pecar de lo mismo; lugares comunes respecto de lo que somos o se supone deberíamos ser. Es cierto que hay avances notables en la discusión, reflexiones críticas, voces a contracorriente que refrescan nuestra propia y particular “opinión pública mapuchística”, pero lejos estamos aun de democratizar esto del “ser mapuche” y no morir en el intento.
Seguimos a ratos entrampados entre el “buen salvaje” y el “guerrero místico”. Maniobrando entre la “Carta del Jefe Seattle” (escrita por un inspirado guionista verde de Hollywood en los años 70’ ) y el “Guerra de Guerrillas” (escrito por un bien intencionado argentino que si algo nunca vio, fue precisamente a nosotros, los “indígenas”). Ahondar en esta discusión es vital. Y es que es terrible que nos caricaturicen. Pero más terrible es que dicha pega la terminemos haciendo nosotros mismos.
Cierro con un recuerdo de mi fallecido abuelo Alberto. Alguna vez, cuando niño, le pregunté qué era ser mapuche. Para mi sorpresa y siendo un respetado lonko, no mencionó ni la vestimenta, ni los ritos “sagrados”, ni la “cara de kultrún”, ni mucho menos la precaria vida de minifundistas a la que fuimos condenados hace tres generaciones en la “reducción” rural (antes de ello fuimos una sociedad de comerciantes; corrijo, una rica y avanzada sociedad de comerciantes de ganado y textiles). “No sabría decir lo que es ser mapuche”, me respondió, “pero si sé lo que se necesita para serlo”. Según el abuelo se requerían básicamente cuatro cosas: ser kümeche, buena persona; ser newenche, una persona valiente; ser kimche, una persona sabia; y ser norche, una persona correcta. Si uno cultivaba en su vida estas cuatro pautas de conducta, estos cuatro principios, entonces podía aspirar a ser un mapuche, concluyó.
Por ahí creo también que va la cosa. En el fondo y no precisamente en la forma. En cierta ética y bastante poco en la estética. Lejos de los estereotipos (los externos y los propios), para mi abuelo ser mapuche lo definía sobre todo un modelo de comportamiento, determinados principios que se transformaron en culturales al interior de una sociedad desjerarquizada y orgullosa como pocas de su libertad. Qué difícil debe ser para muchos chilenos entender esto de buenas a primeras. “¿Los mapuches con avanzados modelos de comportamiento social?” “¿Y no que eran unos bárbaros sin Dios ni ley?” ... uno, dos, tres… veinte… cuarenta y cinco… “Pasajeros con tarjeta de embarque entre las filas 15 a la 38…”.
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